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La seducción de la hija del colectivero (*)

SEMINARIO III - Entreguerras y Entre-Elecciones: El ascenso culposamente irresistible del cristinismo.

Carolina Mantegari - 8 de septiembre 2011

Consultora Oxímoron

La seducción de la hija del colectiverosobre informe de Consultora Oximoron,
redacción final de Carolina Mantegari,
especial para JorgeAsísDigital

Aún en su presentable versión cristinista, las sucesivas caídas del kirchnerismo nunca se debieron a los factores exógenos. A la maléfica acción del otro. O a la conspiración del adversario.
Para Consultora Oximoron, las declinaciones frecuentes, los fantasmagóricos porrazos, se debieron, ante todo, al elemento auto destructivo que el kirchnerismo porta. Y que lo incita, irregularmente, a estrellarse, contra los paredones de la realidad. Con la certeza impune de saber que no tiene, enfrente, nada que pueda -en las caídas- preocuparlo en exceso. O colocar, en situación de riesgo, lo más preciado. El poder. La libertad. Valores (poder y libertad) que, con utópicos códigos de normalidad, la plana mayor -que cabe en una Trafic- hubiera ampliamente perdido.

Misiones, el Campo, Antonini Wilson, las Testimoniales, los Sueños Compartidos. Catástrofes que anticiparon las cadenas de derrotas engañosas del 2011.
La seducción de la hija del colectiveroNo obstante, el kirchnerismo siempre logró recuperarse. Para Oximoron es importante registrarlo, porque esta asociación política sólo puede entenderse históricamente a través de sus recuperaciones. De las caídas superables, que se amontonan.

Sin frenos

El cristinismo prosigue, a pesar de todo, con su ascenso culposamente irresistible. Crecen los adeptos ocultos, mientras se fugan, por las dudas, las divisas.
Cuanto más seduce, genera una desconfianza superior del semejante que lo apoya, mientras saca los dólares de la circulación.
Es -el cristinismo- esa manga multitudinaria y contradictoria de alucinados, que sobreviven colgados del «Vestidito Negro» (cliquear).

La seducción de la hija del colectiveroDespués de la paliza humillante del 14 de agosto -que devastó, en bloque, a la intrascendencia de la oposición-, el cristinismo debe evitar que el virus autodestructivo se propague. Que vuelva a apoderarse del cuerpo. Y lo estimule, otra vez, hacia la construcción de las macanas. Como chocar, de nuevo, la calesita. O estamparse el helado en la frente. O rebanar la rama de la que cuelgan, hasta caerse y recomenzar. En el furor de las consignas. De «ir por más».

Hoy Cristina carece de la contención que sólo El Furia extinto podía proporcionarle.
En su avanzada tarea de seducción, a Cristina se la puede ver saludablemente suelta. Despojada de algunos frenos inhibitorios. Hasta se identifica, incluso, como la hija del colectivero. Asunción que emerge como un dato positivo.
Le basta, en la actualidad, con mantener el ritmo febril del monólogo exhaustivo. La acción induce a valorar el extraordinario espíritu de sacrificio de los abnegados que cotidianamente asumen el ejercicio de aplaudirla. Y que se merecen, con amplitud, los sobresueldos. Es por el trabajo, en ocasiones, casi insalubre de escucharla. En la abusiva ceremonia del aplauso, los ministros y gobernadores se exponen en exceso. Al extremo que cualquiera se pregunta. «Y estos ¿cuándo trabajan?».
Ver, al respecto, «El populismo cursi» (cliquear).

París-Nueva York

La seducción de la hija del colectiveroEn la próxima semana, en campaña, y siempre con el pretexto de la gestión, Cristina, la Presidente Locutora, traslada el colectivo de la seductora locuacidad hacia París. Es la ciudad que ofrece el maquillaje perfecto para interpretar las desventuras de la Europa críptica. Y luego se marcha hacia Nueva York. A los efectos de exhibir, acaso ante el plenario de las Naciones Unidas, la pedantería académica de su recetario. Con la intención de transferirle, al universo, la densidad de sus conceptos medulares. Para bajarles línea. Iluminarlos. Y cederle invalorables consejos a la humanidad.
En París, Cristina va a acompañar otra consagración internacional de la señora Estela de Carlotto.
A falta del Premio Nóbel de La Paz, se le pudo conseguir el premio (consuelo) del Fomento de la misma (Paz). Suele brindarlo la Unesco, el organismo clave de la ética. El Premio lleva el nombre de Felix Houphouet Boigny. Un dictador que destinó un poco de moneda -de la tanta que se llevó-, para condecorar las trayectorias espirituales desde el organismo multilateral que tiene, como mandato, «crear los pilares de la paz en la mente de los hombres».

El africano ideal de los franceses

La seducción de la hija del colectiveroPara conocimiento de Cristina:
Don Felix Houphouet Boigny fue el africano ideal de los franceses. Gobernó la Cote D’Ivoire (aquí Costa de Marfil), con pulso -y sobre todo con palos- de hierro, durante 35 años. A través de un régimen escasamente democrático de partido único. Signado, debe aceptarse, por un afán de modernización, y por la estremecedora represión de sus equivocados oponentes (recordar, por ejemplo, a Laurent Gbagbo). Supo destacarse, también, por una corrupción escatológica, de la que su desperdiciado país, hasta hoy, no pudo recuperarse.
En su extravagancia religiosa, Houphouet Boigny, movilizado por una megalomanía casi simpática, hizo construir una suerte de Vaticano personal. En Yamasupro. La grandiosa obra fue inaugurado por Juan Pablo Wojtila, cuando aún no estaba influenciado por las ideas liminares del Monseñor Caselli.
La seducción de la hija del colectiveroNo obstante se felicita, desde el Portal y Oximoron, a la señora de Carlotto y las abuelitas institucionales. Cobrar, agradecer, y callarse. Y se le sugiere, respetuosamente, a la señora Cristina, que a Felix Houphouet Boigny -muerto en 1993- no le aplique «La lección del dedito» (cliquear). Lección aplicada impunemente, aquí, al pobre Teodoro Obiang, el dictador precario de la Guinea Ecuatorial que hablaba, para colmo, español.

Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.Com

permitida la reproducción sin citación de fuente.

(*)  El título parafrasea «La seducción de la hija del portero», novela canónica de Pacho O’Donnell.

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