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Monte Olimpo

CRISTINA EN LA SOLEDAD DE OLIVOS (III): Con el peso de los colgados del vestidito, Cristina se “somete” al error de la reelección.

Jorge Asis - 22 de junio 2011

Miniseries

Monte Olimpo…lugar donde las más importantes deidades controlan a su antojo la vida de los mortales.
De «Mitos griegos»

«En banda. Incertidumbre total, desconocimiento. Funcionarios con rango de ministros que apenas pueden verla cuando la aplauden en los discursos».
Fue el comienzo del primer artículo de la serie. Culmina hoy (la serie), con la misma sensación de «banda».
Ninguno de los colgados, hasta ayer, tenía la menor certeza que Cristina fuera a definirse. Así, sin ornamentaciones, delante de la banda absorta de los funcionarios (colgados). La aplaudieron, emocionados, y de pié. Felices por la decisión que suplicaban.

El puente

«El puente» es el título de la clásica obra teatral de Carlos Gorostiza. Es también, ahora, el objetivo confesado de Cristina.
Monte OlimpoAspira a construirse como un puente entre las generaciones. Entre la generación de sus mayores, la que representa ella, y el destinatario expreso de la juventud.
Se asiste aquí a una ostensible diferencia. Cristina se esmera en emitir mensajes hacia los jóvenes. Es el territorio (la juventud) donde sus desafiadores no aciertan, hasta hoy, en la manera de moverse.

Para ser el «puente», desde la altivez del Monte Olimpo, Cristina decide, otra vez, «someterse».
Marcha hacia el desafío de encarar la reelección. Sin disponer de tentaciones sensatas de continuidad.
Es exactamente lo que Néstor, El Furia, siempre trató de evitar. El fantasma imprevisible del «pato rengo». El riesgo de la disolución del poder, cortejado por variados festejantes. Salvo que prospere la martingala parlamentaria. La que inspira el proyecto inviable de eternidad.

Los colgados (ópera rock)

Monte OlimpoFinalmente Cristina prefiere deslizarse por la facilidad del error.
Para algarabía de «los colgados». Los kirchneristas póstumos que se cuelgan, desesperadamente, del «Vestidito Negro» (cliquear). Ahora los colgados pueden soltarse. Contemplar, con paternal optimismo, el horizonte. Burlarse, incluso, del semejante que sostiene el defecto físico de oponerse. Pueden (los colgados) respirar.
Y para alivio de la sociedad. Estaba relativamente ansiosa. También, en gran parte, colgada.

Ahora Cristina instala que nunca dudó. Queda entonces descartada la enunciada tesis del titubeo. De la tendencia solitaria hacia la vacilación.
Para la indiferencia de la historia, Cristina tiene que quedar registrada como «un genio para el cálculo estratégico». O como «la artesana incomparable del tiempismo». Ver «Cortes y quiebres» (cliquear).
Porque ella sabía que iba a tener que «someterse». Desde aquella jornada, dramáticamente ceremonial, del velatorio escenográfico.
Cuando los jóvenes (el sentido real del objetivo de puente), le gritaban -para la comodidad de la versión- «Fuerza, Cristina».

Monte OlimpoSólo falta, en adelante, para completar el epílogo del segundo acto de la ópera rock, que se conozca la identidad del compañero de baile.
Al beneficiado que diste de asemejarse a Cobos. Es el que ocupa -en la ópera rock «Los colgados»- el rol del barítono despreciable. El mal.

Plenos poderes

Las bolas que se lanzan al ruedo, en el bowling, ya suelen divulgarlas cualquier locutor. Antes (o después) de informar la temperatura. Y el estado del tránsito.
Pero otra vez, desde los funcionarios que aplauden, los empresarios que no entienden, o los periodistas que se sienten en la obligación de saber, todos, pero todos, están en banda.
«Sometidos» a la plenitud del olimpismo. Al «antojo de la deidad». De una Samantha de Tolosa que supo amontonar, la totalidad de las fichas, para su lado.
«Plenos poderes», título de un poemario de Neruda.
Sólo va a decidir Cristina el nombre del compañero de baile. En la soledad selectiva del Monte Olimpo. A través de la sorprendente administración del suspenso colectivo.
Monte OlimpoMientras tanto, exhibe la concentración del poder pleno. Pero admirablemente humillante. Expresa el estado lacerante de la sociedad.
El poder que nunca tuvo nadie, hasta aquí, en la superstición fundamentada del peronismo.
Ni su extinto marido, El Furia, entre aquellos arrebatos acumulativos de desprolijidad.
Ni Menem, comparablemente un pudoroso. Un recatado de provincia.
Ni siquiera Perón, aquel olvidado fundador. Que lo desempolva en el momento oportuno. Cuando le convenga.
El olimpismo inigualable de Cristina se percibe en el atributo insólito de tildar, con su autorización, hasta al último de los candidatos a diputados nacionales (ella necesita garantías para profundizar el modelo imaginario).
O al imponer el nombre del dependiente alcalde que represente a su fuerza (una manera de decir) en el Artificio Autónomo Buenos Aires («Vas vos, Filmus», mientras distribuía caramelos de madera).
O, incluso, si puede, va a imponerle el vice gobernador de su «antojo», a Scioli, su baluarte principal.
O hasta al próximo secretario general de la CGT (después de liberarse de Hebe, no olvidar, el próximo es Moyano).

Liberación o Complicidad

Aquí, en la serie de «La soledad de Olivos», se planteó claramente que Cristina debía optar entre la Liberación o la Complicidad.
Pero Cristina no abdica. Significa que Cristina ya no se va a liberar. El Furia, aún, la tiene tomada.
Monte OlimpoCristina tomada. Debe asumir entonces el camino de la Complicidad.
Por más que corte con antiguos mecanismos de comportamiento acumulativo, Cristina ya no tiene, en adelante, el menor derecho a ignorar.
Otarios, en adelante, abstenerse.

La máxima ostentación del poder a Cristina le llega, justamente, en los momentos de excesiva fragilidad.
Cuando se muestra que la pedantería de su fuerza -el kirchnerismo póstumo- se extingue. Sólo la tiene, como estandarte, a ella. Para construir el puente. Con la eficacia transitoria del agotado Vestidito Negro. Aunque soporta, entre sus quiebres, el peso impotente de los colgados.

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