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Tirarse con pobres

Benedicto XVI coincide con Biolcatti y Kirchner.

Osiris Alonso DAmomio - 7 de agosto 2009

Consultora Oxímoron

Tirarse con pobresescribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsisDigital

» Si habrá crisis, bronca y hambre/
que el que compra diez de fiambre/
hoy se come hasta el piolín»

Enrique Cadicamo, 1933

Pobre.- El que tiene poco o con escasez. Carece de lo necesario para vivir.
Indigente.- El que carece de medios para subsistir. No cubre la alimentación básica
.

Mísero

Para la Escuela de Economía de la Universidad Católica Argentina (UCA), poco menos de la mitad de la población oscila entre la relativa dignidad de la pobreza, y el exterminio social de la indigencia.

A partir de las estimaciones «más conservadoras», entre mayo y junio del 2009, según el informe de UCA, la tasa de indigentes llega al 12.9.
La tasa de pobres, es de 35.2.
O sea, persiste en la Argentina un 48.1 % de necesitados.
«En cualquier caso, no menos de 4 millones de indigentes, y 14-15 millones de pobres en total», concluye el paper.

Para el país enfático, el de la jactancia de proponerse como el «granero del mundo», la cifra es escandalosamente demoledora. Desmorona cualquier visión autocomplaciente, inexplicablemente autosatisfactoria, del «modelo» en vigencia.
«Modelo» basado, según las irradiaciones del optimismo oficial, en la pedantería teórica de la «inclusión social».

El citado documento universitario legitima el dramatismo del «escándalo».
Expresado, con instigación informativamente local, por la máxima jerarquía eclesiástica.
El Papa Benedicto XVI complementa, con el veredicto irreprochable del aval, la argumentación copiosamente reiterada por los exponentes profesionalmente sensibilizados de la iglesia argentina.

Biolcatti, antecedente de Benedicto

Los Kirchner podrían precipitarse en el habitual sendero inclinado de la equivocación. Al evaluar, a través del silencio rencoroso, la declaración del Papa Benedicto como algo peor que un mal trago.
Por ejemplo, como otro apriete desastrosamente oportuno del «compañero» Cardenal. Bergoglio.
Operación registrada, para el análisis conspirativo, justamente en las vísperas de la religiosa concentración popular. Ante la esfinge reclamatoria de San Cayetano.
Con la reconfortante «coincidencia» del Papa Benedicto con Kirchner, se registró un ostensible adelanto. Al Papa no se lo desautorizó, por lo menos, como a Hugo Biolcatti, el presidente de la Sociedad Rural. Descalificado, por Fernández, El Premier, como un mero chistoso. Otro Juez.
Cuando, desde la jornada inaugural de la intolerable Exposición, Biolcatti decidió «correrlos por izquierda». A los kirchneristas, tan luego. Los que supieron caracterizarse, hasta aquí, por utilizar las claves de la misma metodología.
La intervención de Biolcatti fue, para colmo, celebrada por los referentes de la desértica oposición, fascinados por aparecer en la fotografía. Para tirarle al gobierno, con la artillería de los pobres, Biolcatti utilizó tasas de miseria más cercanas a las del INDEC, que a las que maneja, científicamente, la UCA.
Aludió Biolcatti a la inadmisible existencia de un 27% por ciento de pobres.
Mientras que «el campo» ofrendó al Estado -o sea al gobierno-, en los últimos seis años, 30 mil millones de dólares. Destinados, supuestamente, a los planes sociales.
¿Donde está el dinero?- reprochó Biolcatti, ante el aplauso fácil de Macri y De Narváez. Y del Alberto, gobernador del Estado Libre Asociado de San Luís.

La mera requisitoria instala la certeza «escandalosa» del desperdicio. La irresponsabilidad de la dilapidación. O la más imperdonable de las corruptelas. Porque los fondos suelen esfumarse en el mantenimiento estúpidamente inagotable del Estado. Con distribuciones arbitrarias de subsidios millonarios. Superadores del Nietzsche de «Así hablaba Zaratustra». El que aludía al «mito del eterno retorno».
Transformado, entre el escándalo kirchnerista, en el redituable «retorno eterno».

Coincidencia

Kirchner «coincidió», con la expresión del Papa Benedicto, en la reaparición oficial. Después del porrazo de la derrota electoral que ahora se intenta, sin suerte, minimizar. Por el error de haber planteado la elección como un plebiscito innecesario.
Reapareció entre las flores de Quilmes. Ante minigobernadores del conurbano bonaerense. Algunos catalogados, durante las primeras tres semanas del duelo, como «traidores».
Mayoritariamente sorprendidos, los sospechados minigobernadores, por la presencia del Jefe que espantosamente declina. Y que exhibe las dignas secuelas de la hecatombe, en el rostro atormentado. En la mirada del vencido.
De todos modos, Kirchner supo mostrar la capacidad para persistir en el dislate de la fantasía. Una suerte de obstinamiento que debiera despertar cierta admiración. Aunque sea, directamente, fronterizo con el autismo. El problema, a esta altura, no es político. Ni siquiera psicológico. Es clínico.

Kirchner viene capitalizado por el voluntarismo ideológico que supo copiar de Scioli, el titular de la Línea Aire y Sol. Con una potencia artificial se lanzó a la caza de los culpables previsibles de tanta desventura. Pareció conformarse -otro hallazgo- con las secuelas de la «crisis internacional». Desatada en la otredad de los Estados Unidos. Aunque el descalabro del kirchnerismo había comenzado antes. A nadie, en el festival de la vacía oralidad, le importa.
Con fabulosa impunidad, Kirchner suele entregarse a las mieles de la tergiversación histórica. Atrevimiento que lo habilita a facturar, para su favor, la salvación nacional por aquel infierno del 2001.
Que lo haya traicionado a Duhalde, aquel que por consecuencias patológicas del rencor lo catapultó, vaya y pase. Desde Maquiavelo hasta Nelson Castro, en política, es comprensible. Puede asumirse como mero «gasto de representación».
Pero que Kirchner decida expulsarlo a Duhalde -y de yapa a Lavagna-, de la historia, es, por lo menos, un exceso. Otro atropello de lesa ingenuidad.
Sin embargo, entre la NADA del desierto, sin verdugos ni impugnadores respetables, Kirchner mantiene la sorprendente capacidad de disponer, aún destruido y todo, la iniciativa. Aunque sea para recitar, con forzada convicción, atropelladamente, que «se encuentra entero».
«Con más fuerza que nunca», agrega Kirchner, ya abruptamente «sciolificado». Para exhibir sumariamente los éxitos. Consagraciones en materia de crecimiento y prosperidad. En la transmisión clínica de la idea de construir el país fortalecido. Con reservas suficientes. Para enfrentar cualquier coletazo de riesgo.
Constataciones que le ponen, con severidad, la tapa, a los apocalípticos que suelen torpedearlo con negatividades. Con evaluaciones económicamente destituyentes. Que aluden a la huida del circuito de dos millones de dólares por hora. Y a la carencia absoluta de inversión, a la desaparición furtiva de la credibilidad, a la persistencia del congelamiento en el país sistemáticamente paralizado.

Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital

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