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Estrellar la CGT

Lo decide Moyano, con los Kirchner.

Oberdan Rocamora - 30 de abril 2009

Artículos Nacionales

Estrellar la CGTescribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsisDigital

Pobre Confederación General del Trabajo.
De ser la columna vertebral del movimiento, la CGT se convirtió en una prótesis descartable. Mendicante de protagonismo. Con suplicios por un miserable lugar en alguna lista intrascendente del peronismo a la deriva.

Moyano decidió atar, a la organización emblemática de los trabajadores, a la calesita enloquecida que Kirchner estrella.
Aquel que emergía como un dirigente sindicalmente indomable, se transformó en un kirchnerista tiernito. Un Kunkel con aspecto temible. Y camperita.
O mejor, en una versión, ideológicamente subvaluada, de Scioli. En condiciones de inscribirse, por si fuera poco, en el positivismo de la Línea Aire y Sol.
Esta tarde, en la 9 de Julio, Moyano desperdició, acaso definitivamente, la oportunidad de proyectarse como el líder que siempre quiso ser.
El líder que construyó, paulatinamente, en su imaginación. Durante décadas de gremialismo. Desde que cinchaba, en aquellos inicios febrilmente turbulentos de Mar del Plata -y a través de la Juventud Sindical Peronista-, por la alucinación sincera de la «causa nacional».
Y contra los «infiltrados». Los que hoy deben aprobarlo. Hay que hacer méritos.

Como secretario de la central obrera, Moyano podía sentir que se encontraba en las gateras. Dispuesto para el berretín de postularse -como Scioli-, hacia la presidencia de la república.
A los efectos de alcanzar, en su caso, la fantasía de convertirse en otro Lula.
Como aquel cacatúa que soñaba con la pinta de Gardel.
En lugar de proyectarse como otro Lula, Moyano emerge, gracias a Kirchner, como el segundo Scioli, en la importancia de esta tragicomedia.

El mensaje

Sin una sola idea rescatablemente propia, ni siquiera mala.
Sin la contagiosa fe y esperanza en el optimismo (que compone el parental Scioli).
Sin los destellos sólidos de la emoción, que caracterizaban la densidad del inolvidable Saúl Ubaldini.
En definitiva, sin siquiera los atributos de buen comunicador que aún conserva Kirchner, en su arbitraria desmesura. En la caótica atracción por el desequilibrio.
Moyano prefirió dedicarse, desastrosamente, a la tergiversación numeraria. Tonterías, aburrimientos que no pueden justificarse por el mérito de las improvisaciones. Porque Moyano las leía. Lo cual equivale a afirmar que la falsedad sumaria de las enumeraciones estaban puntualmente programadas.
Doctor Recalde, en adelante se tendría que esmerar.

Elogios generosos hacia Kirchner. Por haber anulado la espantosa Reforma Laboral. Por haberle otorgardo «paritarias» al movimiento obrero. Salario mínimo vital y móvil. Jubilaciones varias.
Reivindicaciones elementales que Moyano festejaba como si fuera el protagonista insólito de alguna revolución inexplicable.
Convencido, acaso, que el modelo, al que apoya, y reclama apoyos, «incluyó» a los movilizados laburantes que lo escuchaban. Con un desgano ostensible. Con mayores deseos de treparse al micro que atender la monotonía serial de sus voluntarismos.
Como las exaltaciones nacionalistas. Hacia la estatización del Correo. Del Agua. Hacia el negocio catastrófico de la estatización de «nuestras Aerolíneas Argentinas». O a manotazo desolador hacia las AFJP.

Exabruptos que precisamente desmoronaron la credibilidad nacional. La confianza que debe ser reconstruida. Restituida.
Por aquellos que Kirchner, La Elegida, y ahora Moyano, impunemente agravian.

Grotescamente Moyano demostró, ante los miles de «compañeros» costosamente movilizados, que Kirchner lo modeló. Hasta hacerlo lucir, al fin y al cabo, como otro Scioli. Ameno y cordial.
Por los contenidos apasionantes de su historia de luchas, el sindicalismo peronista no merecía un epílogo tan tristemente banal.

Adherido, resignadamente, al destino político de Kirchner, Moyano conduce a los trabajadores, a los que aún disciplinadamente lo siguen, y hasta lo respetan, hacia el laberinto previsible de la derrota.
Por lo tanto, la gloriosa CGT de antaño se encuentra atada, vía Moyano, a las imposturas de Kirchner, el conductor del peronismo sin identidad. A la bartola.
El peronismo es, al fin y al cabo, otra calesita enloquecida, que invariablemente Kirchner va a estrellar.
De todos modos Moyano decide también estrellar, junto con Kirchner, a la CGT.
Imperdonable tanta solidaridad.

Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital

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