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Las cuerdas

Entre la desertificación, Kirchner se recupera.

Osiris Alonso DAmomio - 26 de agosto 2008

Artículos Nacionales

Las cuerdasescribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital

«Cuando se lo tiene contra las cuerdas, a un político de la magnitud brutal de Kirchner, hay que asestarle el golpe definitivo».
Quien teoriza es una Garganta sabia, adicta al elitismo de la información calificada. Prosigue.
«Ante la menor vacilación, si se le deja medio metro, Kirchner cambia el aire. Se recupera. Y te lleva puesto».

En realidad, ocurrió que, cuando Kirchner se encontraba contra las cuerdas, nadie intentó voltearlo.
Solo, Kirchner, se autonoqueó. Y quedó enredado. Enfrente, no tenía ningún rival, dispuesto a «asestarle el golpe definitivo». Estaba apenas la desertificación conceptual. Un montón de bocetos, de amagues gestuales y vacilaciones en estado larval. Con rostros inquietantemente emergentes, que aluden a distintas laceraciones del pasado cercano. Coleccionistas de frustraciones que tienen más que ver con la persistencia del problema, que con la eventual solución.

Hasta hace quince días atrás, los Kirchner, invariablemente, se caían. En tratativas adelantadas con el ocaso. Sólo faltaba ponerse de acuerdo en la forma. Continuidad del mandato, o elecciones anticipadas. Hasta los más insospechados se lanzaban de pronto a enunciar temáticas nacionales. Nadie apostaba, en la bolsa del poder, un céntimo por sus permanencias. Aparte, era innecesario anotarse en ninguna conspiración. Bastaba con aguardar la ceremonia del propio despedazamiento.
Entonces Cobos sólo tenía que entrenarse. Esperar, su momento, en la cinta (ver «El Cobos que se merecen»). O en el teatro, a las carcajadas.

De pronto, sin rivales serios a la vista, sin conspiradores relevantes, Kirchner cambia el aire. Paulatinamente, se libera de las cuerdas. Sobre todo del acoso del máximo conspirador. La imagen que lo contempla, fastidiosamente, desde el espejo. Sale peor que antes de haberse enredado en ellas.

Cambio de aire

Cobos -al fin y al cabo- divide más de lo que unifica.
Por instrucción del director, en el Portal se carece de reparos mezquinos y pueden citarse colegas. Según J. Cañas, analista de La Voz del Interior, a través del «pragmatismo», es Kirchner quien induce al vicepresidente Cobos, a recluirse en la conveniente esfera de la oposición. Donde -según Cañas- Kirchner lo prefiere.
De acuerdo a esta original evaluación, el «coqueteo» de Cobos con los opositores, a través de los esporádicos gestos de diferenciación, favorece la estrategia -de existir- del oficialismo.
Porque, a partir del crecimiento transitorio, Cobos debilita el espectro opositor.
Inteligentemente meridional, la tesis parte, a nuestro criterio, de una sobrevaloración intelectual de Kirchner. Y del equipo piadosamente inexistente, que lo rodea. Al que -de existir- generalmente el sujeto no le hace caso. Sólo consulta, según nuestras fuentes, acerca de lo que previamente decidió. Por lo tanto, Zannini es quien escucha primero, no quien habla antes.
En adelante, al cambiar el aire, Kirchner comienza una serena tarea de esmerilamiento de Cobos. Justo cuando Cobos parecía quedarse con el cetro. Le bastaba apenas mostrarse como distinto, previsiblemente normal. Con convicciones fuertes. Preceptos que legitimaban su demasiado flexible sentido de la lealtad. Idea que suele interpretarse, en el peor de los casos, con una palabra semánticamente desagradable. Traición.

Alcibiades

Sin embargo, Cobos era el producto de la fantasía de otros. Una construcción necesariamente ajena. Debía disfrutar de las dulzuras del cuarto de hora. Del glorioso beneplácito que le proporcionan las encuestas precipitadas. Un fervor colectivo que, más allá del cuarto de hora, puede generar la víspera de un desgaste irremediable. Sensación del desperdicio.
La espera -en todo caso- intensifica el rigor del esmerilamiento.
El «no positivo» dista de rendir frutos a largo plazo. Más allá del plazo fijo de los treinta días, los réditos comienzan, despaciosamente, a extinguirse.
El ritmo de la espera favorece, en definitiva, al fortalecimiento de los esmeriladores. Resulta propicia la espera para que prosperen las construcciones opuestas, simétricamente descalificadoras. Para que se indague, en partes de inteligencia, sobre los llamativos pormenores de su estricta privacidad, que serían la delicia de la prensa norteamericana. Derivaciones culturalmente no asumidas de su biografía, que pueden convertirse, en el marco de una campaña sucia, en vulnerabilidades.

«Lo que menos convence, del proyecto racional de Duhalde, es el socio. Cobos», señala otra Garganta. Trafica información originada, pacientemente, en las oficinas del Gran Armador que amaga.
«Si Duhalde es el estratega de la alternativa, Kirchner puede recuperarse tranquilo», sostiene una tercera Garganta, tan informada como escéptica.
Tranquilo, seguramente, como para atreverse a que pase, con caracterología legal, la catastrófica estatización de Aerolíneas Argentinas. O para que ni siquiera lo afecte, por el momento, la donación solidaria del infortunado Forza. Ni la sugestiva pasión nacional por el efedrinismo. Y para que nadie tampoco, al menos hasta hoy, se espante por los 12 mil millones de dólares de ampliación presupuestaria. Que anticipara Rocamora (ver «La fiesta de todos»), y que hoy está en portada del diario centenario que, disciplinadamente, nos sigue.

De solución pasablemente deseable, en la fantasía de los otros, en la primera de cambio, Cobos pasa a ser otro radical del montón.
Una «Estrella fugaz», como supo definirlo, elípticamente, la señora Stolbizer. De la coalición cívicamente más perjudicada con la aparición estelar de Cobos, en el firmamento de la oposición. Cuando debía formar parte del espectro oficialista, si no se antepusieran las pontificadas convicciones. Las que ocultan el generosamente flexible sentido de la lealtad. Como si Cobos fuera la reencarnación mendocina de Alcibiades, el ateniense que se sorprendió, 25 siglos atrás, a la cabeza de las tropas de Esparta.

Purificaciones

Hasta aquí, la peripecia de Cobos, con su cuarto de hora, brinda un par de lecciones ejemplares. Para los seminarios del Portal.
Primero, que debe despojarse, a la ceremonia ritual de la traición, de los efectos perniciosamente negativos. La inspiración aquí es el filósofo Enrique Santos Discépolo.
«Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor».
Sobre todo porque, mientras se santifica el positivismo antiguo de la lealtad, la sociedad convive, admirablemente, con la vigencia cultural de la traición. La comprende. También la premia.
La traición -en todo caso- purifica.

Con la consolidación de sus preceptos sólidos, Cobos -como aquí se dijo- supera, ampliamente, las marcas olímpicas establecidas, en la materia, por Ruckauf.
Su peripecia entonces deriva en una hazaña fascinante. Aporta coherencia y equilibrio a la maltratada política nacional. Con sujeción a la transparencia de las convicciones, muestra que perfectamente se puede ser, en principio, flexiblemente leal con los radicales, para mezclarse con los peronistas. Y también ser después flexiblemente leal, cuando se lo considere necesario, con los peronistas, para volver, eventualmente mezclado, en «el mismo lodo, todos manoseados», diría Discépolo, con otros peronistas y radicales. En un bipartidismo que estalló.
Los tiempos de Alcibiades -aceptémoslo- eran proclives al heroísmo. Pero -eso sí- infinitamente menos complejos. Aunque los sintetice magistralmente Discépolo, el penúltimo desesperado.

Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital

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 Cambalache, interpretado por Julio Sosa

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