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Clima destituyente

Tía Edelma y Otilia se van a Rosario.

Jorge Asis - 23 de mayo 2008

Cartas al Tío Plinio

Clima destituyenteTío Plinio querido,

En la plenitud de la implosión, enceguecido por el virus del autismo, el gobierno produce, sin gran esfuerzo intelectual, el propio «clima destituyente».
En avanzado proceso de extinción, los kirchneristas parecen emocionarse con la ceremonia anticipada de los funerales, políticamente imaginarios.
Con fervor indirecto, los implosionados organizan el acto multitudinario de Rosario.
Le ponen más vigor, inclusive, al clima destituyente de Rosario, que a la tristeza institucional del éxodo patriótico. Hacia Salta.
La memoria de Güemes no merecía servir el escenario provincial. Para semejante autoinmolación. Que nada tiene de abnegación. Ni de valentía.

Duele entonces comprobar que el peronismo, esa estructura pragmática de astutos que garantiza la gobernabilidad, fue copado. Hasta la insolvencia, tío Plinio querido. Por el fundamentalismo de la necedad.

El «clima destituyente» es, en tanto malentendido, un desperdicio colosal.
Una rutina mediática que alcanza ribetes, bastante indeseables, de monotonía.
Desde las rutas al diálogo, para volver a las rutas.

La toalla del consenso

Para sacar a los destituyentes chacareros de la ruta, los demócratas, civilistas y legales, armaron, tío Plinio querido, el operativo clamor más extraordinario.
Para que los destituyentes levantaran el desafío del paro. Y así trasladar, a los desbordados dirigentes, sorprendidos en la condición de líderes revolucionarios, hacia la mesa de negociaciones, donde siempre, en apariencias, se los espera. Para el ornamento del «diálogo», una franelita interminablemente dilatoria.
Los convocaron, a los golpistas destituyentes, a través de solicitadas, de pronunciamientos de pensadores esclarecidos, de banqueros temerosos, de empresarios lícitamente preocupados por la parálisis de la economía.
Fue una esmerada superproducción de súplicas. Con victimizaciones típicas de un gobierno que los prefería, en el principio, de rodillas. Y que ahora, arrodillado, los llamaba. Desde el máximo peldaño institucional.
El gobierno pedía, tío Plinio querido, la toalla del consenso. Al menos, de la comprensión.

Sin embargo, al llegar el momento del diálogo añorado, les brota, de pronto, a los implosionados, la pasión por el fracaso. Los tienta la generación del «clima destituyente».
El desgaste del adversario que fue, precisamente, el que los votó. Con el objetivo secreto de destituirlos.

La franela del diálogo se transforma, al fin y al cabo, en el recetario, tío Plinio querido, paulatinamente eficaz. Para instigar, a los destituyentes chacareros, a volver, ahora con mayor convicción que furia, hacia las rutas.
Para escucharlo a Alfredo.

Para que el gobierno a la deriva, al que para colmo nadie quiere destituir, vuelva a convocarlos, por infinita vez, al diálogo.
Y así sucesivamente, hasta desembarcar en el fastidio colectivo de la actualidad. Al estado de movilización o de desidia.
A vivir, a casi doscientos años, aún en estado de Cabildo Abierto.

Entonces Rosario, tío Plinio querido, el domingo va, históricamente, a desbordarse.
Por culpa de los Kirchner. Por un gobierno desperdiciado, que reduce implacablemente su credibilidad. Para conspirar, imperdonablemente, contra sí mismo. Y lograr la hazaña de autodestituirse.

Porteños y chacareros

El 25 de Mayo incita, de por si, a la noción de patria. A la celebración mitificada del coraje. Al desafío de encarar el país como una aventura posible.
Como si se iniciara un cuaderno, escribiría Oscar Barros.
Por evitar las penitencias, eventualmente clericales, de Buenos Aires, los Kirchner decidieron encarar el éxodo hacia Salta. Mientras tanto, producen el clima, masivamente destituyente, de Rosario.
Demasiado dramatismo de ciudades para un domingo patrio, alejado de la solemnidad que proponían aquellos actos recordatorios de la infancia.

Por lo tanto, el miedo gubernamental es francamente despreciable.
Los Kirchner no se bancan, tío Plinio querido, la palabra, institucionalmente organizada, de Dios.
Son tan frágiles, que el discurso previsible de un cura puede mortificarlos.
Entonces se desplazan hacia Salta, a los efectos de conmemorar el acontecimiento de origen municipal, que tiene que ver, sobre todo, con el pueblo de Buenos Aires.
Si el emblema del 9 de Julio es el Congreso de Tucumán, la imagen del 25 de Mayo remite directamente al Cabildo. A las escarapelas del Billiken, de French y Beruti, a los paraguas y a la lluvia.
El desaire al compañero Bergoglio, aunque sea un cura, es trasladable, automáticamente, a los porteños que aún no comprenden. ¿Cómo van a comprender, entonces, a los chacareros?

Tía Edelma se moviliza

Para terminar, no debería, de ningún modo, tío Plinio querido, preocuparse.
Porque tía Edelma quiera irse, desde el sábado, hacia Rosario. La prima Elvira, la viuda, la puede recibir.

No se preocupe, aunque tía Edelma se vaya acompañada por la Otilia, que es fatal.
Entre tantos chacareros, la Otilia, quien le dice, a lo mejor puede conseguirse un gaucho de honor. Dispuesto al sacrificio. Un hombre de palabra, sobre todo de acción directa, con actitud. Que se predisponga a calmar la postergada fogosidad.
A lo mejor la Otilia estimula, con su justo derecho, el sueño del Alfredo propio.
Espérela entonces, a la tía Edelma, en la calma de la montaña de Punilla. Aproveche, con moderación, su ausencia. Siga el melodrama patriótico desde el conveniente televisor. Sin excederse, entre tanto zapping, con el Malbec.

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