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Diplomacia de las Regionales

CASA-CASTA (I): A pedido. Miniserie sobre la Cancillería y sus papelones.

Oberdan Rocamora - 19 de marzo 2008

Miniseries

Diplomacia de las RegionalesPor Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
Zona liberada. Cancillería de las Regionales. Una suerte de Hotel Bauen de la diplomacia.
Persiste, en el decimotercer piso, una mesa chica. Una minicarpa donde se cuecen, de manera elitista, las escasas decisiones coyunturales que les permite el asfixiante Poder Ejecutivo. De Venezuela, por ejemplo, ni merodear. Salvo para resolver las cuestiones meramente administrativas «de Alicia».
Sin embargo, por la mesa chica de esta zona liberada tampoco puede cuestionarse otra decisión, ya adoptada. Como anunciar, en pocos días, el pago definitivo al Club de París.
Si Néstor pudo liquidar, al contado, y de un saque, la deuda con el Fondo Monetario Internacional, Cristina también tiene su derecho de utilizar, de las reservas, seis mil millones. Para que no joroben más los inversores con el Club de París. Habrá un próximo despacho.

La minicarpa

En sus esporádicas visitas a la Argentina, el canciller Jorge Taiana integra, por supuesto, la minicarpa. Excesivamente contenido en su rubro familiar.
A propósito, otros montoneros, melancólicamente perversos, junto a erpianos democráticamente reciclados, suelen desprestigiarlo a Taiana. El agravio consiste en difundir que el Canciller, 32 años atrás, colocó una bomba trágicamente equivocada, en cierto bar de Córdoba y Uruguay. Dicen que debía haberla colocado en el bar de enfrente. Pero cuando estalló el artefacto, en el bar El Ibérico, en las postrimerías de 1975, Taiana, según nuestras fuentes, ya estaba preso. Porque había sido detenido, en realidad, dos meses atrás, por un descuido imperdonable. Como acumular volantes, retóricamente incendiarios, en su Citroen 2 Cv. Y guardar «fierros», acaso, en su domicilio. Aquella cárcel atormentaría, ostensiblemente, durante dilatados ocho años, a don Jorge, su padre, que también conoció prisiones.
El segundo de la minicarpa, en la Cancillería de las Regionales, es el Embajador Rodolfo Ojea Quintana, alias El Tojo. Elemento que reporta, políticamente, al Comandante Liov Ulianov Kunkel. Lo cual brinda una prueba, acaso irrefutable, de la modestia de sus ambiciones.
El Tojo es el «artículo quinto» -como se denomina a los políticos-, más silenciosamente vilipendiado. Por los deprimidos, desplazados, resignados profesionales. Los quejosos inquilinos de La Casa-Casta. Los conducidos, primorosamente, desde la SIGEN, con magnífica impotencia, por el embajador Basave.
Ojea Quintana, El Tojo, ocupa artesanalmente, como corresponde a un peronista aún tendencioso, los espacios certeros del poder real. Vinculados al manejo de la Caja. Al dominio estricto del personal. A las sustanciales auditorías, claves entre tantos escandaletes potenciales. A los asuntos jurídicos. Y hasta a la administración, siempre arbitraria, de los fondos de cooperación, que suelen disputarse a cuchillo.
Se le atribuyen al Tojo infinidad de contratados. Aunque procedan del padre de Florencia, el embajador, artículo quinto, Colombo Sierra, o del Camarada Sigal, de Quiroga. Todos jefecitos de respectivas Regionales.
Hablan, incluso, de más de mil contratados. Los desbordados mencionan tres mil. Ajenos a La Casa-Casta. Cuerpos extraños que se suponen, de pronto, diplomáticos de verdad. E inducen a los profesionales a la idea de organizar, con urgencia, un homenaje. Con acto de desagravio incluido. Al incomparable Guido Di Tella, que en paz descanse. Y a Andrés Cisneros. A ambos, los sindicalizados de la Casa-Casta les hicieron la gestión imposible.

El tercer lugar de la minicarpa, en la Cancillería de las Regionales, lo ocupa Rosa de Luxemburgo. Como la apoda, según nuestras fuentes, El Tojo.
Es «la cuñadísima». La embajadora Mariana Llorente, cuñada del cercado canciller Taiana. Quien también debió restituir, por si no bastara, a otro cuñado, el embajador Carrasco. Interesado, sin mayor suerte, en comerse la última guinda de su trayectoria. El Consulado de Vigo.
Llorente, la Cuñadísima, es la «jefa de los asesores». A los asalariados que no les presta, en general, atención. Mantiene rango de Secretario de Estado.
La alusión a Rosa de Luxemburgo dista de ser casual. Deriva de cierta apasionada actitud, de un arrojo militante. Características heredadas, según nuestras fuentes, de su madre. La suegra del cercado Taiana. Que era, aún, en sus años de arrojo, una Pasionaria comparativamente peor. Por suerte, la suegra de Taiana no revista, al menos hasta hoy, en la Cancillería.

Casa tomada

Aunque Taiana los complazca y los pondere. Aunque pretenda comportarse como un diplomático de carrera, y hasta quiera parecerse a ellos, en un contexto de aceptación, los profesionales de la diplomacia sienten la sensación de protagonizar un cuento de Cortázar. La Casa Tomada.
Para colmo, en medio del desprestigio por las importaciones automovilísticas, acaban de perderlo al Bobby. Lo único que les quedaba, en la proximidad, algo alejada, del Poder.
Trátase del embajador García Moritán, que era la más alta autoridad, en funciones, de La Casa-Casta. Aunque mantenía el acceso restringido a la minicarpa. A la que se debía, con displicencia, reportar.
Y hasta pierden, y esto es lo más doloroso, al encantador ministro Pujo. El Director de Ceremonial. Organismo del que dependían, pero sólo burocráticamente, los escándalos de las patentes. Los que fueron frontalmente desatados para atenuar, en su momento, desde Telam, las repercusiones de la valija del señor Antonini.
Aunque Pujo, pobrecito, nada tenía que ver con las patentes, con los pasajes ni con los pasaportes. Ni siquiera con la abrumadora cantidad de chinos que ingresaban desde la provincia más pobre de la China. El móvil intelectual de Pujo consistía en que todo saliera formalmente estupendo. El Canciller o la Presidente debían estar conformes, el ikebana siempre en su sitio. Sin tener control sobre los estragos que se generaban en las áreas, orgánicamente equivocadas, de su dependencia.

Transferencia de identidad

La suplantación de García Moritán, por Vittorio Tacchetti, no termina de entusiasmar, hasta hoy, a los profesionales de la Casa-Casta.
Porque Tacchetti, alias El Tano, es el diplomático de la Casa que se parece más a los Artículo Quinto.
Un peronista cultural, como puede serlo Mayoral, aunque bastante menos frepasista.
U Olima, o el galán maduro Federico Mirré, aunque bastante menos bordonista. O lo que es lo mismo, espiritualmente lavagnianos.
Entonces sienten, en la Casa-Casta, que se produce una transferencia de identidades.
Porque, mientras Taiana se esfuerza, en sus maneras, por asemejarse al recatado profesional de la carrera, se escoge al diplomático que más se parece, en sus maneras, a los políticos.

Final con el Bobby

Al Bobby, en la Casa de Gobierno lo llamaban, según nuestras fuentes, El Bobina.
Después de tantos papelones seriales, el Alberto Fernández lo convocó a Taiana. Al que aspira, secretamente, a reemplazar. Por aquel adagio que indica que, al alejarse de las tensiones cotidianas, desde la cancillería es factible crecer políticamente.
Lo convocó, el Alberto, a Taiana, para decirle que en el sector, en la Cancillería de las Regionales, tenía que haber cambios. Entregar alguna cabeza, a los efectos de atenuar el rigor de los papelones.
O se iba El Bobina, o sea García Moritán, o se iba él. Taiana.
En un arranque democrático de sentido común, el canciller Taiana decidió desprenderse, convenientemente, del embajador García Moritán. Pero posibilitándole, como corresponde a un caballero de La Casa, el recurso de la renuncia. En nombre del hastío moral y la necesidad de dedicarse a su persona. Y poder desplazarse, en definitiva, ya algo más tranquilo, hacia Roma.
A García Moritán, acaso arbitrariamente, le atribuían la metida de pata originaria que generó el laberinto interminable de Botnia. Con la correspondiente municipalización de la política exterior.
Sin embargo, el Bobby fue condenado por el manejo de la cuestión Guinea Ecuatorial.
Para ser exactos, García Moritán cayó conjuntamente con el primer enfurecimiento de Cristina. Cuando la presidente formal se enfureció porque los diarios, para colmo, se permitían criticarla, a ella, desde la izquierda. Con el cuento enfático de las violaciones de Obiang a los derechos humanos. La mercadería humanitaria que la señora, justamente, vendía.
En realidad, aunque se lo facturarían a De Vido, el dossier Guinea Ecuatorial se lo endilgaban a García Moritán. Un caramelo de madera que le servía, al canciller Taiana, al Tojo y a Rosa de Luxemburgo, para mantener entretenido al profesional, en tanto no viajara, siempre hacia Roma.
Por si no bastara, el Bobby venía, de un tiempo a esta parte, personalmente sensibilizado con su cuadratura privada. Por conflictos íntimos, emotivamente desequilibrantes. Le costaba evitar el extraño apasionamiento por pasar, en medio de cualquier viaje, por Roma. Escala obligada, aunque se desplazara hacia Ushuaia.
El caramelo de madera de Guinea era bastante racional. El Bobby afirmaba que debían tener una apertura hacia el África. Podían aprovechar la existencia del país de negros, donde se hablara español. Pero la señora Cristina terminó con aquella papelonera «lección del dedito», al retar en público, inexplicablemente, al huésped.

Epílogo esperanzador. El Pomo Real

Para los inquilinos de la Casa Casta, en el fondo, no todo está perdido.
Se ilusionan. Porque la señora Cristina mantiene, según Gargantas, una movilizadora predilección por algún diplomático. Es unánimemente elegante. Combina la pochette con el color de ocasión de sus ojos. Es detalladamente políglota. Un seductor que enceguece a los numerosos estilistas vocacionales del protocolo. Los que atienden, en simultáneo, el teléfono de línea y el celular. Es presentable, formal, pero profundamente atorrante. Se lo apoda, con aguda malicia, El Pomo Real. Aunque insisten, hasta la súplica, los diplomáticos orgullosamente conjurados, en que El Pomo Real es un secreto corporativo. Que nunca, pero nunca, debe ser mencionado.

Oberdán Rocamora
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