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Los Hijos de

PELIGRO - ZONA MILITAR (II): La Ministra y el General aplican el "ius sanguinis". Las culpas hereditarias conducen al retiro.

Oberdan Rocamora - 12 de marzo 2008

Miniseries

Los Hijos dePor Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital

Los excesos de la represión se complementan con los excesos de la reparación.
Los límites se sobrepasaron. Hasta diluirse, en el vacío.
En la Marina, el punto límite de tolerancia, o la línea de corte, era la cárcel común. Para sus cuadros. Abandonados.
Téngase en cuenta que la participación del arma fue institucional. Sus presos principales languidecen en un pabellón civil de Marcos Paz. Y se aguardan, a partir de hoy, más inquilinos compulsivos. Sin trascendencia emblemática. Casi vueltos olvidados. Sobrevivientes residuales que padecían las tensiones perentorias de la libertad.
Un cautivo, de los emblemáticos, desoladoramente desanimado, le pidió, según una Garganta, a uno de los pocos amigos que le queda, lo mismo que suele pedirle a sus familiares.
Que no lo vayan a visitar. Nunca más.
En el Ejército, la frontera, la línea de corte, era el «Ius Sanguinis». El pecado de la descendencia. El compromiso consistía en evitar que prosperara el concepto de «culpa hereditaria».
Que los hijos no pagaran, con la postergación del retiro, por las faltas de los padres. Pero se impuso el rigor de la cultura medieval.

Genes procesistas

El «ius sanguinis», el derecho de sangre, o ley de descendencia, alude, naturalmente, a la cuestión de la nacionalidad. En la Argentina actual se aplica, el «ius sanguinis», riesgosamente, a la culpabilidad.
De los códigos explicables de la inmigración, el concepto se traslada, arbitrariamente, aunque sin asumirlo, hacia las consecuencias genéticas de la represión.
Significa que en el ministerio de Defensa se superan los ontologismos de la teología.
La culpa hereditaria, con el correspondiente castigo, emerge como el fundamento básico del antisemitismo occidental. Puede rastrearse a través de la historia de las religiones comparadas. Entre los terruños atrasados del «ojo por ojo», por los rincones más arrebatadamente marginales del medioevo. Surca, incluso, entre los análisis posteriores a la alucinación del nazismo. La carga de pesares, por acumulación sucesoria, obstruye el libre albedrío del infortunado descendiente.
Para decirlo con menos rasgos de academicismo. Se encuentra en juego el derecho, en definitiva, de cada hombre, así se trate de un militar, de hacer sus propias macanas.
Sin sobrecargarse, por anticipado, con las consecuencias de las macanas espantosamente genéticas. Cometidas por los ancestros.
Es el «peccatum originale», el que se estudia en la teología, instancia superada en la jefatura del Estado Mayor y del Ministerio respectivo, que se llevaron por delante los contenidos de cualquier irrisoria Junta de Calificación.
Herencia maldita. Manzana bíblica, mal comida. Paraíso perdido. Culpa hereditaria que no atenúa ningún bautismo. El mal que se traslada es oficialmente contagioso.
El Karma, según las religiones orientales. El karma arrastra, irreparablemente, genes indeseablemente procesistas. Adquiridos por la educación, en un contexto de contención represivamente familiar.

«Hijos de»

Aunque la Ministra y el General, La Gorda y el Flaco, Garré y Bendini, vuelvan, explicablemente, a enojarse con el Portal, debe cumplirse con el compromiso periodístico de informar.
Entre el 2006 y el 2007, por lo menos once tenientes coroneles, que fueron considerados por las Juntas, no pudieron ascender, como consecuencia de la aplicación del «ius sanguinis».
Algunos de ellos, según nuestras fuentes, avanzan, incluso, judicialmente. En principio, a través de la instancia doméstica. Con la presentación de Reclamos Administrativos. En un marco de estricta discreción que desmorona, comunicativamente, esta crónica.
No ascendieron a coroneles, evalúan, por las culpas hereditarias. Por ser selectivos «hijos de». Porque, acaso para disimular, con excepciones que confirman la regla, fueron aceptados otros «hijos de».
Ellos fueron -consideran- discriminadamente eliminados de las listas. Ante la impotencia conciente, o complacencia resignada, relativamente feminoide de los superiores.

Cinco de los tenientes coroneles de referencia pertenecen, según nuestras fuentes, a la promoción 111. Merodean la frontera tanguera de los 50 años.
Son Guillermo Saa, Luis Cattaneo, Marcelo Huergo, Ramón Centeno y Germán Oliver.
Y hay seis pertenecen a la Promoción 112.
Se trata de Ricardo Muñoz, Juan Pablo Sartori, Francisco Canevaro, Jorge Toccalino, Juan Brocca, y Oscar Silva.

Primera piedra

Una indagación atenta de los hechos, que se le imputan a los ancestros, puede producir históricos escalofríos. Sin embargo el tema en cuestión supera la anécdota. Lo que debe discutirse es si las culpas, en todo caso, merecen ser mecánicamente trasladables a los hijos.
Diseñada, a grandes rasgos, por el mayoritario oportunismo del sistema mediático, la sociedad se habituó, transitoriamente, a la placidez interpretativa. Por lo tanto, ningún exponente de la sociedad civil, nada tiene que decir al respecto. La abstinencia, aquí, es gratis. Se eleva el riesgo de caer en la encerrona, y ser calificado como defensor indirecto del «terrorismo de estado». Ante la encerrona teórica, es preferible la continuidad del silencio.
El Portal entonces lanza la primera piedra. Porque la culpa hereditaria constituye una aberración intelectual. Una abyección estética. Un atropello a los derechos humanos más elementales.

Guillermo Saa, por ejemplo, cumplía 17 años en 1976, mientras su padre, o su «familiar directo», obedecía, debidamente, instrucciones en Mendoza. 30 años después, de nada le sirvieron, al teniente coronel Guillermo Saa, en la consideración del 2006, lograr las más ponderadas calificaciones. Porque entre La Ministra y el General, amparados en la obediencia debida del máximo nivel político, se las ingeniaron para separarlo, a Guillermo, de la fila. Aunque se merecía ampliamente el AGIS. O sea, el «Ascenso para el Grado Inmediato Superior».

Huergo, en cambio, aún tenía 16. Cuando a su «familiar directo», infortunadamente, lo designaron, durante la dictadura, intendente de San Nicolás.
Al cierre de esta crónica, y por no preguntar, ni comprometer a nadie por nuestros teléfonos intervenidos, se desconoce si el padre de Marcelo es el mismo Huergo que cuenta la caída del Harrier, durante la Guerra de Malvinas. En el libro «Relato de soldados», de 1986, ediciones del Círculo Militar. Un volumen solemnemente suscripto por el general Martín Balza. Cuando Balza aún podía asomar su estampa, por aquel Círculo.

Peor aún, el artillero Toccalino, en el 76, tenía 15 años. Aunque ya era un pichón de culpable. El lnfante Cattaneo, en cambio, era mayorcito. Tenía como 20. Carece entonces de excusas y debe responsabilizarse por las andanzas de su padre.
Resulta atractivamente emblemática, y para discutir en voz baja, la eliminación de Germán Olivier. Con «ius sanguinis» y todo, cuesta entender la magnitud de su paradoja, que lo hace doblemente víctima.
Porque su padre, según una Garganta, «fue asesinado».
«Por la subversión», confirman. Al decir «subversión», semánticamente se deschava. Absolutamente inoculada por el virus procesista.
Para los códigos actuales de interpretación, al padre del teniente coronel Olivier lo mataron, en todo caso, con balas perdonables.

Para colmo, se entrecruzaron las desprolijidades de planillas. Corolario de superiores que se querían, hacia abajo, cubrir. Por lo tanto, las calificaciones verdaderas se divulgan junto a las falsificadas. Mientras trascendía, en asegurado off the record, el real motivo de las discriminaciones. Si total nadie iba, periodísticamente, a tratarlo.
Los «hijos de» generan, por lo que sabemos, el inicio del pleito. A través de los «Recursos Administrativos», que tendrán, esta vez, cierta trascendencia. Porque los tenientes coroneles desairados deciden dirimir su pleito institucional también en la justicia.
El Portal los tendrá al tanto. Manténgase, como siempre, conectado. Continuará.

Oberdán Rocamora
permitida la reproducción, sin citación de fuente.

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