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Retaguardias rotas (I)

Almuerzo en el Ceasar Park, por el regreso del Director-Candidato.

Jorge Asis - 31 de octubre 2007

Miniseries

Retaguardias rotasJorge Asís.- Por mi vocación de poder, abandoné el Portal por un par de semanas. Para anotarme, en la grilla electoral, como vicepresidente. Y perdí. Es la síntesis.
Por la misma vocación de poder, hoy vuelvo. Para reconstruir el único proyecto de liderazgo que me legitima. El conceptual. Desde el Portal.
Vaya una primera evaluación. La derrota, colectivamente unánime, es purificadora.
La derrota llegó, en todo caso, como un alivio.

Oberdán Rocamora.- Descontaba, Jefe, que, en su condición de guitarrero autodidacta, podía proporcionarnos argumentaciones teóricamente desopilantes. Sobre todo para justificar, sin indispensable rostro de gil, que le rompieron la retaguardia.
Pero le confieso que, con el cuento de la derrota purificadora, consigue desorientarme. Por el agregado, acaso, del alivio.

J.A.- Alivia constatar la eficacia de nuestra clásica tesis sobre el Reeleccionismo Perverso.
Entonces que les exploten, preferiblemente, a los Kirchner, las consecuencias de las desastrosas trivialidades que dilataron. La multiplicación del conglomerado de Botnias que supieron lanzar, para adelante. Sin resolverlas.
La goleada electoral nos alivia, por ser colectiva. Por dejar un complejo panorama de retaguardias desfloradas. Y en la primera vuelta. Sin dilaciones, con un tendal de caídos, virtualmente ensangrentados. Al ser multitudinario, el duelo pasa más rápido. La rotura de la retaguardia, Rocamora, se vuelve más soportable. A más tardar, en los primeros días de noviembre ya crece el olvido, entre el pasto de los porcentajes.
Al vencernos el oficialismo, en la primera vuelta, se nos libera, por ejemplo, de la irresponsabilidad de tener que pronunciarnos a favor de la señora Cristina. Un alivio nada menor. Sobre todo si Cristina debía cotejar, en el eventual ballotage, con los diseños arquitectónicos de la señora Carrió. La dama que emerge, de todos modos, como la autodenominada jefa de la oposición.
Pero Jefa mía, al menos, nunca va a ser.
A quien Carrió vació cruelmente de sufragios fue al desperdiciado López Murphy. Que se fue, igual que nosotros, a la B.
Pienso, aparte, que Lavagna debe sentir una sensación de alivio similar. Aunque agravada, en su caso, por la humillación de salir tercero.
Lavagna resultó perjudicado por la irrupción, violentamente retórica, del Alberto Barros Schelotto. Fue el Alberto, el Chapita que lo despojó a Lavagna de los previsibles votos de los peronistas. Los resistentes al envoltorio del gobierno. Por no ser, en algunos casos, convocados.
Con el estandarte del menemismo tardío, el Alberto emergió como la revelación indiscutible de la campaña. Al extremo de convertirlo al Brother, el Adolfo Barros Schelotto, en carne de diván.
Por mi parte, colegas, y para serles francos, debo decirles que, aparte de haberme roto la retaguardia, el renovado oficialismo me condiciona, con su repentina sensación de apertura, la tonalidad próxima del Portal. Porque, por elemental código de demócrata asumido, y aunque se asista, en el fondo, a la mera renovación de la permanencia, se le debe proporcionar a la señora Cristina, a su gobierno, por lo menos tres meses de gracia.
Una cautela en la crítica que no debiera entenderse como complacencia. Con el agregado de la propina de los cuarenta días de la transición del poder matrimonial.
Por lo tanto, pegarles, desde ahora, podría confundirse con expresión del resentimiento. Y es estéticamente inadmisible.
De manera que habrá que atemperar, en adelante, la dureza opositora. Hasta, por ponerle un plazo, el 10 de marzo. Espero poder cumplirlo. Los escucho.

Oligarquía Encuestológica

Osiris Alonso D’Amomio.- Comparto, Asís, su propuesta de la gracia. La acato, a conciencia pura. Por razonable. Por sustancial consideración hacia el 45 por ciento de argentinos que le otorgaron, en esta democracia degenerada, y por los motivos que fueran, la aprobación al kirchnerismo, en su vertiente conyugal.
Es aceptable su idea de guardar la artillería. Por ciento treinta días.
Vaya un aporte conceptual, una evaluación para analizar. La democracia degeneró en una oligarquía encuestológica. Programada, perfectamente manipulable, para exclusiva subsistencia de las corporaciones fuertes. Los oligarcas de la sociología, esta vez, acertaron. Por nobleza elemental, hay que reconocerlo. Aunque, en términos de «real politik», es pecaminoso instalar, cincuenta días antes del comicio, la plantación de los resultados. Plantean la innecesariedad de la campaña electoral.
La divulgación anticipada, así no sea el objetivo, mantiene el objetivo funcional de desalentar a las fuerzas menos privilegiadas por la lotería de los números. E imposibilita el mantenimiento de cierta contextura, el diseño de la fe en sus militantes. Y desmorona el armado, para el día de la elección, de cualquier sustancial estructura de fiscales, con su correspondiente daño económico.
El consultor-oligarca anticipa, en el esplendor de la democracia degenerada, el final de la película. Antes que la misma se comience, incluso, a proyectar.
A Sobisch, por ejemplo, el suyo, lo sacaron del escenario, con sólo divulgar que mantenía el uno por ciento.

La desmesura

O.R.- Osiris debe desconocer que el Jefe, don Asís, es un caballero, pero en la concepción de Borges. Siempre sostuvo, amparado en Borges, que «las únicas causas dignas que debe defender un caballero son las causas pérdidas». En ese nivel de análisis comparativo, debe entenderse que el Jefe haya decidido acompañarlo a Sobisch. Cuando la tropilla honorable de oportunistas pugnaba por distanciarse del sujeto de referencia.
Percibí, por mi parte, que Sobisch era una causa perdida cuando se lanzó a decir que es de derecha. En el país ilusorio, donde la mayoría prefiere imaginarse como parte del progresismo, la playa donde naufragó la izquierda. Aunque carecía, Sobisch, el equivocado, del apoyo del diario La Nación. O del fortalecimiento moral de los banqueros, o de la benevolencia de los seres altruistas de la Sociedad Rural. Representaba entonces, a mi criterio, un contrasentido piadoso que Sobisch se proclamara de derecha, mientras sistemáticamente La Nación lo ninguneaba. Para celebrar, hasta tipográficamente, a la señora Carrió. O que Sobisch se presentara como el candidato sistémico, mientras Ámbito Financiero amplificaba, frontalmente, los desbordes pintorescos de los Barros Schelotto.
Aparte, Jefe, y aquí termino, el suyo, Sobisch, es demasiado serio. Para colmo, parece un atildado hombre normal, con el bigotito y la corbata colorada. Justamente cuando la Argentina electoral prefiere entregarse a la desmesura.
Téngase en cuenta que la existencia misma de la Reelección Conyugal representa la máxima desmesura, la más caricatural. Se lo digo sin apartarme de la gracia proclamada. Y se explica entonces que los candidatos presentablemente serios, por más que le rindan un culto a la solvencia, en campaña se reduzcan, o que simplemente declinen. Como por ejemplo López Murphy. O como el mismo Lavagna. O el suyo, Sobisch. Con la exhibición de propuestas viables, tan ideales para recurrir, en un acto reflejo, al control remoto, y refugiarse en el menemismo estético de Tinelli, al que Kirchner se supo, a tiempo, aferrar.
La Argentina desmesurada prefiere candidatos desmesurados. En lo posible histriónicos, con tendencias a los altibajos del desequilibrio. Con las fascinantes construcciones de la señora Carrió, a la que habrá que aguantarle, en adelante, sus imposturas consagratorias. O con la virulencia del Alberto Barros Schelotto, que cometió la propia desmesura. La de imaginarse en la segunda vuelta.
No se ofenda, Jefe. Pero, por tratarse de alguien bastante menos serio, la fórmula debió encabezarla usted.

Carolina Mantegari.- Cuesta entenderlos, y seguirlos, a los tres. Aunque me esfuerce, lo consigo sólo de a ratos. Episódicamente.
Entre la purificación de la derrota que simultáneamente alivia, que improvisa Asís. O la democracia que degenera en una oligarquía encuestológica, que sostiene Osiris. Y la visión de la Argentina desmesurada que prefiere prescindir de la previsibilidad, que nos acaba de desarrollar Oberdán. Temo salir, de este almuerzo, más confundida aún.
Confieso que ya me confundió el primer discurso de Cristina, en el Intercontinental. Lo escuché, dispuesta a demolerla, desde la semiología. Pero ocurre que me gustó su mensaje fríamente calculado. Sobre todo por la inesperada racionalidad del contenido, que contrasta con la desmesura que enuncia Oberdán. Con una saludable grandeza, que emociona, así sea fingida. Como la apelación a acabar, de una vez por todas, con los rencores. Los rencores que explotó, como nadie, su marido. O las alusiones, aunque genéricas, a la elevación de la sociedad. En fin, por los aspectos positivos del mensaje que me inducen a concederle la tregua, o la gracia, por los 130 días. Transición incluida. A lo mejor nos sorprendemos favorablemente. Me encantaría, y no por una razón de género.
Ya que lo tengo cerca, y porque fue protagonista, me gustaría que Asís nos contara qué fue lo que pasó, a su criterio, con Sobisch. Para saberlo yo. Para mi formación. Para que quede fuera, incluso, de la desgrabación.

J.A.- No, no apague el grabador, Carolina. No hace falta. Le voy a contar.

Continuará
(desgrabación de Carolina Mantegari)
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